El Elefante
Había un
niño que le encantaba los circos y lo que más le gustaba eran los animales. Lo
que más le llamaba la atención era el elefante. Durante la función, la enorme
bestia hacia despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal…pero después de
su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba
sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña
estaca clavada en el suelo.
Sin
embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado
unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa,
parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia
fuerza, podría con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio
es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces?... ¿Por qué no huye?
El niño de
cinco años que confiaba en la sabiduría
de sus maestros les preguntó por el misterio del elefante. Alguno de ellos le
explicó que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado.
El niño,
entonces, hizo la pregunta:
-
Si
está amaestrado, ¿Por qué lo encadenan?
El niño no
recuerda haber recibido alguna respuesta coherente. Con el tiempo se olvido del
misterio del elefante y la estaca. Hasta que de grande, cuando ya habían pasado
varios años, alguien había sido lo bastante sabio para encontrar la respuesta:
-
El
elefante de circo no escapa, porque ha estado atado a una estaca parecida desde
que era muy pequeño.
Cerró los ojos e imaginó el pequeño recién
nacido sujeto a la estaca. Y se dijo: - Estoy seguro de que en aquel momento el
elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su
esfuerzo no pudo.
La estaca
era, ciertamente, muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al
día siguiente volvió aprobar, y también al otro día y al que seguía…hasta que
un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se
resignó a su destino.
Este
elefante enorme y poderoso, no escapa porque cree que no puede. Él tiene
registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sentís poco
después de nacer. Y lo peor, es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente
ese registro. Jamás…jamás…intentó poner a fuerza otra vez…
Cada uno de
nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo, atados a ciertas
estacas que nos restan libertad.
Vivimos
creyendo que un montón de cosas “no podemos”, simplemente porque alguna vez
probamos y no pudimos.
Grabamos en
nuestro recuerdo: no puedo…no puedo, nunca podré. Crecimos portando ese mensaje
que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar.
La única manera de
saber si podemos, es intentar de nuevo, poniendo en el intento todo nuestro
corazón.
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