Marina es
una mujer casada que vive con su marido y sus tres hijos. Dos son mujeres
adolescentes y el más chiquitín es un bebé que hace poco camina.
El esposo
de Marina trabaja todo el día en una empresa. Y ella tiene un negocio ubicado
al lado de su casa que atiende todos los días, de domingo a domingo todo el
día.
Cuando nos
encontramos la primera vez, Marina vino con su hijo más pequeño, motivo por el
cuál fue muy difícil encontrar el espacio para relajarse y charlar un poco.
Durante la hora que duró la consulta, Marina se levantó varias veces para
acudir a las necesidades del niño, tener breves palabras con él y atender un par de veces el celular.
No es
difícil imaginar qué era lo que buscaba Marina y en las condiciones en que se
encontraba.
Su cansancio
era extremo. Era la primera que se levantaba en el día y la última en
acostarse. Nunca dormía la noche en forma seguida porque el bebé se despertaba
en varias ocasiones.
Antes de ir
al negocio que abría temprano a la mañana, Marina hacía los quehaceres de su
casa, preparaba el desayuno de toda la familia, hasta incluso, dejaba la mesa
puesta para que sus hijas almorzaran al mediodía y su comida lista para ser
calentada en el microondas.
Durante el
mediodía cerraba su negocio una hora para darle de comer a su bebé y tomar su auto para realizar las compras del
día o la semana. Demás está decir que Marina corría todo el día. Sufría de
dolores de espalda, jaquecas, dolor de piernas, agotamiento extremo y angustia
por llevar una vida tan agitada.
Amaba a su
familia, pero el límite de su agotamiento había empezado a quebrar su
relación con su esposo. Nunca encontraba
el tiempo ni las ganas para compartir un momento a solas, mirar una película,
tomar café juntos. Era obvio.
Esta es la
historia de muchas mujeres. Y parece mentira que nos cueste tanto aprender a delegar
trabajo que otros pueden con poco esfuerzo realizar. Las hijas de Marina son
adolescentes, podían colaborar con tareas sencillas como el cuidado de su
cuarto, preparar las cosas para el almuerzo
o la cena en la mesa, realizar compras
rápidas, etc.
Las frases
de Marina eran: -“Si yo no lo hago, nadie lo hace “. - “Cuando me voy y vuelvo
todo es un hecatombe”. – “Necesito más tiempo para mí”. –“Hago las cosas más
ligero que los demás, no puedo estar esperando”.
Aprender a
“dejar de hacer” es muy difícil sobre todo en una familia numerosa y con tantas
obligaciones. Pero de alguna manera es necesario, porque hay que dejar de lado
lo que nos hace daño y que termina destruyendo a la familia. Por el afán de ser
una “Supermamá”, que todo lo puede, que todo lo hace, sin querer se olvida de
ser mujer con necesidades básicas que meritan ser cumplidas. Tan sencillo como
ponernos lindas, ir a la peluquería, mirar vidrieras con alguna amiga, tomar un
té con ellas, leer un libro y pasar más tiempo de esparcimiento con nuestros
hijos y pareja y toda la gente que amamos.
Es
necesario, entonces, reunir a todo el grupo familiar, convocar una charla
amena, para que cada integrante de la
familia cumpla un rol, colabore con las necesidades de la familia en conjunto,
así podremos encontrar espacios libres para compartir todos juntos.
Esta tarea,
reúne, fortalece los valores de familia, de unidad, de amor, de
responsabilidad, de crecimiento y colaboración.
Todas las
“Marinas” que existen y que habitan en nosotros optimizarán sus tiempos, serán
más felices sin rastros de sentimiento culposo por “abandonar” labores, se
disolverán las quejas, todo funcionará. Ellos, nuestros amores lo agradecerán y
nosotras estaremos completas…